miércoles, 15 de abril de 2009

¿200 años de Independencia?

Desde que empezó el presente año estamos siendo bombardeados por parte del Presidente de la República y sus subalternos, con proclamas que resaltan la celebración del bicentenario del primer grito de la independencia que dio a Quito el título de “Luz de América”
Acudiendo a la historia, encontramos que la acción que se recuerda es el levantamiento de un grupo de rebeldes que se opusieron al dominio de una nación colonizadora que había sometido al pueblo quiteño durante 300 años, impidiéndole por la fuerza determinar su propio destino. Muchos criollos (es decir, los nacidos aquí) estuvieron encargados de hacer cumplir los designios imperiales y fueron principales actores en el sofocamiento de la revuelta y el posterior sacrificio de los patriotas.
Qué casualidad, ahora en un campo menos notorio que el militar o el político como lo es el musical, un grupo de estudiantes y profesores del Conservatorio Nacional de Música que valientemente terminaron con una administración nefasta de 18 años que siempre estuvo protegida por los gobiernos, ahora son reprimidos con la policía (el poder de la fuerza bruta) por quienes lideran los festejos por la independencia y la rebeldía, pretendiendo imponerles autoridades sin ningún respeto por su autodeterminación e integridad.
Al igual que hace 200 años, nos encontramos con que la independencia es un ansiado bien que todavía no se ha conseguido, no tanto en el aspecto formal, cuanto en el ideológico. La diferencia es que hoy no son extranjeros los que imponen sus designios, sino ecuatorianos que combaten y persiguen a sus similares que piensan por su cuenta, utilizando para ello todo el aparataje estatal que tienen controlado mediante componendas.
La independencia no es una certificación que se obtiene en una universidad europea o en la Contraloría o la PJ, es un estado de conciencia que se manifiesta en todos los actos que realiza una persona. Implica sobre todo, respeto por el prójimo y aceptación de sí mismo con todas sus limitaciones pero sin menospreciarse frente a culturas diferentes. El creerse un enviado divino, único capacitado para corregir los errores de todos sus semejantes ineptos es, en última instancia, una muestra de la desadaptación que sufre un sujeto y del desprecio que siente hacia su propia cultura nativa.
Promover la represión y persecución a sus propios compañeros por resistirse ante las imposiciones y el maltrato sistemáticos, así como a los jóvenes estudiantes que repudian la injusticia y luego salir a festejar el bicentenario de la independencia demuestran un desequilibrio marcado y un cinismo sin límite.

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