jueves, 16 de abril de 2009

Nos envían escrito: La cultura como reflejo de lo político

La cultura como reflejo de lo político
Por Gerardo Chávez*
En estos meses electorales nos hemos acostumbrado a escuchar a través de los medios de comunicación, expresiones como partidocracia, caciquismo, organizaciones políticas familiares, etc. que hacen referencia a la forma en que está estructurado el accionar político de nuestro país. Si bien estas expresiones son nuevas en los medios, los análisis y las definiciones a las cuales responden tienen por lo menos medio siglo desde su gestación. Así mismo, conceptos derivados de estas apreciaciones, como la exclusión de los grandes sectores sociales en la vida política, la desigual distribución de la riqueza, la dependencia, etc. ya han sido aceptados como componentes de la realidad latinoamericana inclusive por voceros de los organismos internacionales, expresados públicamente en programas televisivos tan representativos de los intereses transnacionales como el de Oppenheimer, transmitido desde EU.Para quienes en algún momento tuvimos contacto con la vanguardia del movimiento intelectual de los países de América Latina sin embargo, estas teorías ya no portan ninguna novedad, pero sí llama la atención la forma cómo ahora se reflejan en el campo de la cultura y las artes.En tiempos en que el trabajo artístico estaba asociado con la búsqueda del bienestar de las mayorías, se podían observar entre los artistas dos posiciones bien diferenciadas: por un lado estaban los izquierdistas, tendencia mayoritaria que cobijaba a los representantes más reconocidos de cada actividad, quienes militaban o simpatizaban al menos con los movimientos políticos comunistas; y por otro, estaban los artistas oficiales –típicamente más oficiales que artistas- quienes tenían una posición acomodada dentro del sistema y generalmente eran escogidos para dirigir los organismos estatales de educación y cultura.Después de la caída del Muro de Berlín y la consiguiente desmovilización de las organizaciones dependientes del socialismo internacional, la situación cambió radicalmente. Muchos de los artistas que antes aparecían como comprometidos con las luchas populares, ahora son quienes tienen a cargo la política cultural oficial, a través de las instituciones públicas como Ministerios, Casa de la Cultura, Municipios, Consejos Provinciales, etc. y organismos internacionales como el Iadap, Unesco, OEA. Para ello han debido modificar su discurso y dejar a un lado el marxismo con su materialismo histórico, para abrigar teorías más actuales como la dianética, cabalística, percepciones extrasensoriales, regresiones, ritos ancestrales indígenas, tarot, visitas extraterrestres, etc., incluyendo una reactualización de la masonería, aunque ahora ésta se parezca más al club Diners que a un grupo de interpretación filosófica.A través de su participación en estas sectas, han convertido a las instituciones en lo que alguien denominó como feudos, es decir, lugares donde el director tiene el control absoluto y lo maneja como si fuera de su propiedad, rodeándose exclusivamente con subordinados que son incondicionales a su accionar –amigos, paisanos, hermanos en la fe, y familiares directos- y utilizando todos los recursos disponibles para satisfacer los requerimientos de esta periferia. Por supuesto que en este esquema no se permite ningún elemento crítico e inclusive se condiciona cualquier opinión de los medios masivos mediante el chantaje de contratos por anuncios publicitarios.Un ejemplo palpable es el que se observa en el Teatro Sucre: el Director Ejecutivo –apodado Dios por sus esbirros, debido a que es todopoderoso- no se cansa de repetir las programaciones donde reinciden los mismos personajes: composiciones de Diego Luzuriaga y conciertos de Pueblo Nuevo, Margarita Lasso, Quimera, cambiando solamente la manera de presentarlos: con orquesta sinfónica, con instrumentos andinos, solos, combinados, unpluged, etc. Situación parecida acontece en la CCE, Consejo Provincial de Pichincha -donde todavía se vive el reinado de Edgar Palacios y descendencia- o el Conservatorio Nacional de Música con la dinastía Carrera.Si extendemos esta percepción desde lo musical a lo político, encontraremos el espejo donde se ha reflejado tan lamentable realidad: los casos más notorios son los de la ID y el PSC, tiendas donde la voluntad de Borja y Febres Cordero, respectivamente, no permiten el florecimiento de nuevos cuadros a menos que se dobleguen a la línea que imponen estos jeques. Algo similar pero con características familiares es lo que se observa en los partidos Roldosista, propiedad de los Bucaram; Prian, empresa de Alvaro Noboa y flia; Sociedad Patriótica, de los Gutiérrez y sus milicias, etc. En realidad esto ya no constituye ningún descubrimiento pues se lo escucha todas las semanas en los programas de Carlos Vera y Alfredo Pinoargote (!).Sin embargo no habría ningún conflicto si se tratase de organizaciones privadas que manejan recursos provenientes de su actividad particular. Ciertamente nunca nos meteríamos a comentar la manera de conducir la Cámara de Comercio o el night club La Luna.El que concite nuestro interés es porque en todos los casos, incluyendo los partidos políticos, son instituciones supuestamente de beneficio público, que están financiadas con fondos de los ciudadanos para cumplir el objetivo de mejorar el nivel de vida de la población, pero no solamente de la que está alrededor del dueño, sino de aquella a la cual se despoja del dinero que consigue trabajando para entregárselo a estos aprovechados que lo usan en su beneficio personal.Como ya lo concluyeron los gringos en ese programa de Oppenheimer, los países latinoamericanos –entre los cuales todavía se ubica el Ecuador- no tendrán ninguna oportunidad de mejorar sus condiciones de vida –y hasta de controlar la voluntad popular- si no permiten la participación de los sectores mayoritarios de la población en la toma de decisiones sobre su propio destino, es decir, compartir verdaderamente la conducción del estado y no engañar al pueblo sometiéndolo a un proceso eleccionario manipulado cada dos años. Si los beneficiados históricamente con esta situación ya lo dicen en público, es hora de que los dirigentes locales también les hagan caso en esto y terminen esta modalidad anticuada de manejar nuestra sociedad. Así algún día podremos asistir al Teatro Sucre a disfrutar de un programita medio diferente.
* Vocero de asuntos culturales del movimiento Parias 19-22

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